Todo en silencio.
A un lado del palenque, caballo negro, armadura negra y negros los ojos que se adivinan bajo el yelmo- el caballero rojo.
A un lado del palenque, caballo negro, armadura negra y negros los ojos que se adivinan bajo el yelmo- el caballero rojo.
Al otro lado- Ataúlfo.
Redoble de tambor. Y, de pronto, la princesa, la mano, la seda que se desprende y gritos. Gritos en las gradas, gritos en los campos de enfrente y en las tiendas. Grita el noble del jubón cyan, el escudero barbudo y el bufón. Grita el caballero rojo cabalgando como un tiro una nube de polvo.
Mientras, Ataúlfo quieto. Y quieto su burro también.
Entonces la lanza precisa. El caballero que dame un punto de apoyo y doy dos vueltas mortales por encima de Ataúlfo. Aterrizaje perfecto, pies juntos, brazos arriba y mentón que enamora a los tres jueces atónitos: diez, diez y diez.
Y en el palenque y en las gradas y los campos- gritos, gritos y gritos
Es de estas historias que uno lee con placer por su forma y con desasosiego por no saber si ha entendido su contenido.
ResponderEliminarLo mejor es el tachán espontáneao de la armadura al aterrizar.
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