jueves, 20 de octubre de 2011

Los de arriba

Hijo, la ropa sí, las botas, el capazo, el sombrero, pero junto a la lumbre no pongas la escopeta. La madre ansiosa y él que asilencia la cocina. Un gesto sólo de barba y en los ojos lo de las alimañas; eso que dicen los de abajo que tiene el monte. Ahora va y se ahorma sobre el arma y la limpia.  Ahora selecciona por números los cartuchos y los pone en hilera sobre el suelo. La madre sufriendo las sombras que reptan afilándose, temblorosas, hacia sus pies calzados de madera y que un día me matas, desgraciado. Él, silencio. Aquí, en la casa de arriba, nunca abundaron las palabras y ella que insiste que no lo aguanta, que deje eso. Y él por detrás de los ojos. El fuego crece, crecen las sombras. Los músculos se le tensan, pero ella que insiste y que insiste que no, que se aparte del fuego. Los ojos de él, la cocina, la casa, la noche. Después, ahí, cascando el silencio del monte van seguidas y muy juntas dos explosiones; una, otra. Y con eso pasa como siempre, que no lo oye nadie, ni siquiera los de ahí abajo, los que viven en  el pueblo.

lunes, 17 de octubre de 2011

Conquista (o El río del olvido)



Fue en la campaña para conquistar a los galaicos. Junto al río Leteo sólo se oía el rumor de las hojas de los árboles y el eco cantarín de la corriente. Mientras tanto, más de cinco mil legionarios permanecíamos en la orilla escayolados por el miedo. El general, de pronto, que grita que si somos estúpidos; que qué olvidarse de la patria, del nombre, y de qué gaitas.  Le quita de golpe el estandarte al signífero y se pone a cruzar la corriente. ¿Está loco? La tropa que se llena de murmullos.  Pues nada, que llega el hombre a la otra orilla y que le sigamos. Que venga,  que vamos; que ya se oye la música de la verbena de Sandiás; que viva lo blanco y que muera lo negro; que a estas vamos a conquistarlas a todas. Se pasa los dedos por el pelo, se ajusta las sandalias y que qué hacemos todos mirándole con esa cara de tolos ¡que le sigamos, carallo!

domingo, 9 de octubre de 2011

Suministros

Y saca del mostrador la bandeja para enseñar el género; un trozo de carne verde, no mucha, sanguinolenta, cortada al tajo de machete. Vuelan en ochos a su alrededor decenas (centenas) de moscas que brillan como brillan las pupilas del cliente. Son destellos verdes, azules, amarillos… “¿A cuánto?” “A seismil” Pues acepta; es caro pero compensa. El dependiente asiente y toma el cazamariposas más pequeño. Con un añejo movimiento de muñeca enreda decenas (centenas) de los insectos nerviosos y de allí al frasco. Se aceleran los movimientos y zumbidos. “Tenga, seismil”. Las manos de la rana que se atiernan sobre el tesoro y al rato, en la calle, mirándolos al sol. Destellos. Y esa lengua golosa que pasea de un lento latigazo por la calva.