Como cada domingo, ella se despide de mí para siempre. Vuelve furiosa de misa, mete en una bolsa todo lo que encuentra en el frigorífico junto a un par de bragas y me dispara a los ojos con el spray antivioladores. No quiero volver a verte, me grita. Yo, que de lunes a sábado soy muy bueno, cierro el diario, recojo unas acelgas que se le han caído junto a la puerta y me acuesto en el filo del colchón como una gallina vieja. Mañana será otro día.