Bajo por la calle a toda velocidad y, cuando paso por la puerta de mi casa, pico el remo. Hago un giro de noventa grados con la piragua y remo con fuerza buscando encarar la entrada de la cochera. Sorteo una lavadora que pasa flotando, entro al jardín, cruzo entre el roble canadiense y el pino piñonero y con una mano me agarro al dintel de la ventana. Lo de dentro ya lo hago nadando a rana. Al final confirmo mis sospechas cuando consigo pasar a la cocina: ahí está el pequeño en pañales, subido en una silla, con el barquito que le regaló mi suegra en una mano y el grifo, a saber desde cuando, abierto como un bazoka. <<¡Cierra ese grifo, castrón!>> Apenas me oye bajo el trueno de la cascada y se gira. Da la vuelta al barco y la casa se vuelve de golpe. Me veo bajo el agua, el pelo de espanto, todos los muebles girando a mi alrededor y un volaverunt remolino que gira cada vez más pequeño, más rápido, más pequeño en dirección a la chimenea de la sala. Salgo como una peonza al espacio exterior mientras me sigue una culebra de agua girando, girando, girando y adiós. Adiós muy buenas.
Me gusta la idea y, sobre todo, esa maravillosa prosa tuya, llena de pequeños detalles.
ResponderEliminarQué bueno! Un pequeño muy peligroso. Da gusto leerte por lo que dice Elisa, la prosa, los detalles, cada palabra se paladea.
ResponderEliminarBesazos
Surrealista y curiosa historia, y curioso eso de "castrón" (es algún tipo de insulto?). Por cierto, le pediste la piragua a José Luis para este viaje? ;) Un abrazo
ResponderEliminarJaja, me encanta. Maravilloso, Alberto. Como siempre.
ResponderEliminarQuien no ha oído Castron alguna vez en casa...?
ResponderEliminar