viernes, 7 de junio de 2013

La trenza

A gatas, bajo el templete de los músicos, cientos de pies bailando por el prado y el ronroneo de un generador a su lado. Pi. El abuelo y sus manos de raíz de parra. Pi. Las diecisiete palabras en español que usa Isa en aquel tren a Berlín. Pi. Un viaje tocando la okarina y los chopos como un cuadro de Degas en la ventana. Pi. Sentado en el váter. Las vueltas de la lavadora. El teléfono impaciente al otro lado de la puerta. Pi. Pedro y él, color ceniza, en el negativo de una foto. Pi. Los eclipses. Pi. Ella. Pi.

Y Juan, tumbado en la cama del hospital, sólo acierta a percibir apenas dos líneas bien diferentes que se entrelazan. Una, la de sus pensamientos, sin tiempo y sin fin, densa, plástica, líquida. Y otra, la recta sobre la que  ésta se apoya, la que cruza, ajena como un disparo, la pantalla de la máquina que está a su lado, con un pequeño saltito y un pitido regular cada tres segundos exactos.

Qué cosas. Ahí tienen a Juan perfectamente acomodado entre la intersección de dos elementos tan diferentes, mientras que, al rato, le será imposible percibir la geométrica perfección de esas dos líneas cuando formen un gélido haz de rectas paralelas.



2 comentarios:

  1. Una forma matemàtica de coincidir lìneas ¿Y si se hubiera puesto a rodar y hubiese creado una espiral de salida?

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  2. La vida es una trenza que la niña se prepara antes de ir al colegio. Una trenza que el panadero hace en un pan. Tu historia de diversión y muerte. Me gusta como juegas con la trenza.

    Saludos

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