martes, 13 de agosto de 2013

El pajarito

Mamá abre la puerta y tira de mí para entrar en la sala grande. Es una sala con un suelo de baldosas oscuras, sin dibujos, donde destacan muchísimo mis asquerosos mocasines blancos. Por cada paso que doy, recibo una instrucción. No tocarme el flequillo. Ponerme recto. Levantar la cabeza. Saludar al primo y no olvidarme de preguntar por sus niños que sacan unas notas buenísimas en las escolapias de Vitoria (no como yo que sólo hago que dar disgustos). Sentarme. Sonreír. Poner buena cara. Y, sobre todo, tener muchísimo cuidado de no ensuciarme el traje blanco, que es carísimo. Es entonces cuando levanto la cabeza y me acuerdo con pavor del pajarito. Y, en ese momento, siento el líquido espeso que está empezando a correr por el puño crispado que tengo dentro del bolsillo del pantalón.

3 comentarios:

  1. Me encantó. Qué ternura en un relato de control absoluto.

    ResponderEliminar
  2. Con cada paso nos vamos sintiendo pequeñitos como un pajarito ante las regañinas de la madres para después descubrir que el título era otra cosa. Impresionante. Me gustó mucho el ritmo. Paso a paso.
    saludillos

    ResponderEliminar
  3. Uno parece estar bien la sangre correr en ese trabajo blanco impoluto!

    ResponderEliminar