Estos dos días de atrás mi hermano y yo nos paseamos por la Gallaecia; eso que, seguramente, la mayoría de vosotros identificaréis con Galicia. Lamentablemente, en este país donde la cultura suele ser en demasiados casos una herramienta política, tendemos a generalizar muy fácilmente y, si hay identidades por medio, ni os cuento. Ni la antigua Gallaecia se correspondía con Galicia ni los astures eran los actuales asturianos, eso por poner algunos ejemplos que no se salgan del entorno del noroeste de la Península. Pues bien, cuestionándonos esas cosas y porque ya echábamos de menos el bacalhau y el vinho verde, ahí nos fuimos Eduardo y yo, de León a Braga; dos de las capitales de aquella provincia romana que fundara Caracalla en el 214 d.c.
La Gallaecia estaba dividida en tres conventos que tomaban su nombre de sus respectivas capitales: el Lucense que era la actual Galicia norte, el Bracarense, norte de Portugal hasta el Duero y el Ástur con capital en Astorga. ¿Qué unía entonces a estos territorios hoy separados por comunidades autónomas y países diferentes?
Si hay algo en lo que estaréis de acuerdo conmigo, es que los romanos no eran tontos, para nada. Está claro que por muchas legiones que tenga uno y por muy duras que sean sus loricas, para dominar a un pueblo extranjero hay que hacer algo más que darles una buena paliza. Cuando los romanos, pueblo práctico donde los haya, llegaban a un sitio nuevo y sometían a sus habitantes lo primero que hacían para mantener el control era respetar (y utilizar en su provecho, por supuesto) sus redes de relaciones y clientelismos político-sociales. Una idea romana que muchos deberían tener en cuenta en estos días: si hay algo que funciona bien, NO LO TOQUES. Esto, como ya vosotros solos habréis deducido, nos hace pensar que cuando los romanos establecían una provincia o cualquier otra división administrativa nos está hablando de cierta homogeneidad de lo que nos encontramos allí, al menos en la forma que a ellos les interesaba. Si a esto le añades una buena red de comunicaciones para moverse lo más rápido posible entre sus principales ciudades, mejor que mejor.
Puente romano de Cháves |
Pues buscando algunas de esas vías romanas nos fuimos. Desde Chaves, importante nudo de comunicaciones, nos dirigimos hacia Braga dejando al sur el río Rabagao y su impresionante embalse. Con el temporal, las montañas y el viento que levantaba olas como si aquello fuera alta mar, la impresión fue la de un paisaje emocionante. Más adelante nuestros caminos comenzaban a unirse, Braga se acercaba. Habíamos tomado como referencia el itinerario de Antonino, una guía de viaje del s. I que hablaba de tres recorridos diferentes para unir dos ciudades tan importantes en la época como Astorga y Braga.
Las montañas que encajonaban el Rabagao se iban abriendo poco a poco, pero eran lo suficientemente agrestes como para que las calzadas de los romanos tuvieran que estar bien asentadas y cubiertas de losas. En las fotos veis algunas. También algún miliario, los mojones indicadores que había en las calzadas. Granito y más granito, como los pueblos de granito, como los paisanos que nos encontramos en ellos, de granito. Qué paisaje, ¿verdad? Cuando el ser humano transforma así la naturaleza en su propio beneficio, aprovechando lo que le rodea y hace algo propio, único en el espacio y sobre el tiempo a mí me sobrecoge.
Miliarios al acecho tras las esquinas. |
Granito y paja. Aquí los techos se mantienen libres todavía del abandono y la uralita. |
Braga más cerca, capital romana. Eso de que la Gallaecia fuera un lugar más o menos homogéneo a la llegada de los del Lacio no quiere decir que estos no metieran ahí su cultura con ganas, que para eso servían las calzadas. La romanización y las vías de comunicación fueron de la mano de tal forma que hasta el siglo XX fueron la única red viaria de este nuestro país tercermundista. Las aprovecharon los suevos y los visigodos, los musulmanes y los franceses, y por ahí se nos colaban todas las ideas que venían de fuera a pesar de nuestra secular y montaraz resistencia. Pero a la vez, por quedar obsoletas, también los antiguos territorios quedaron mal comunicados entre ellos. Antiguas provincias romanas, como la Gallaecia, continuaron aisladas, conectándose apenas de un pueblo a otro y, como mucho, a centros comarcales de mediana importancia.
Calzada cubierta de losas como corresponde a los terrenos inestables de montaña. |
Llegamos a Braga en medio de una nube de coches. No os podéis imaginar el atasco. A pesar de todo, fuimos capaces de llegar de la entrada al centro en poco más de media hora. Casi nada. La ciudad también es gris de granito y lluvia, como el resto del camino. Atardece. No podemos entretenernos porque queremos llegar a Tuy antes de que anochezca. Las luces de casas por las laderas de los montes nos acompañan. Pasamos Tuy, Porriño, otras aldeas y villas gallegas. Sabemos, porque nos lo contaron, que pasamos alguna frontera por el camino. Allí quedaron, para los que las quieran.