lunes, 12 de septiembre de 2011

La caza


Todo empezó con una espantada de pájaros. Los primeros disparos, sanguinarios, estallaron al bulto rompiendo en una nube oscura de plumas y hojas plateadas. Después de tanto tiempo al acecho, agazapados y en silencio bajo el árbol, aquello era como un exorcismo de pólvora; malamente nos avistábamos a través de las rendijas de los ojos y los gritos se perdían en el humo. "¡Till!" llamé en la oscuridad cuando advertí el daño. Pero Till estaba sordo por la sangre. Las palomas que habitaban el Roblón de Braunschweig se nos habían agarrado a las tripas desde nuestra infancia como una suerte de leyenda. Bajé el arma y miré a los demás. Los dientes mordían junto al hierro fundido de los cañones, los ojos se cerraban, los cuerpos cimbreaban. "¡Till! ¡Garin! ¡Hahn!..." los llamé a todos tratando de calmarlos. Fue inútil. Facetó su imagen el roble a través de la nube que dejaban los depredadores y poco a poco se escurrió sobre la tierra, derramándose. No sólo a decenas de palomas, habíamos matado también al árbol, pero los otros, ebrios, seguían disparando.

1 comentario:

  1. Todo está conectado. Y como alguien dijo, una bala no está perdida hasta que se encuentra con alguien.

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